La alimentación: un reflejo de la consciencia
Toda acción humana es una extensión del nivel de consciencia desde el cual se origina. Comer, tan cotidiano y aparentemente trivial, no es una excepción. La alimentación es mucho más que un proceso biológico: es un espejo de nuestra percepción, de nuestro nivel de vibración y de la relación que hemos establecido con la vida misma.
En los niveles más bajos de consciencia, la comida se vive desde la compulsión, la carencia y el deseo. Se come para llenar vacíos emocionales, para compensar la ansiedad o para sostener identidades frágiles. La comida se convierte entonces en un objeto de apego, y el acto de alimentarse queda cargado de culpa, exceso o aversión.
A medida que la consciencia se expande, la alimentación empieza a alinearse con la gratitud y el respeto. El individuo ya no come únicamente para sobrevivir ni para escapar, sino como un acto de armonía con el cuerpo, que se reconoce como un instrumento sagrado. Los alimentos frescos, naturales y simples atraen de manera espontánea, porque vibran en coherencia con estados internos de paz y claridad. No se trata de una regla moral ni de un dogma externo: es el fluir natural de la consciencia que, al elevarse, busca aquello que sostiene la vida en vez de aquello que la entorpece.
El nivel más alto de la alimentación ocurre cuando el acto de comer se transforma en oración silenciosa. Cada bocado es recibido con reverencia, como una expresión del amor infinito que sostiene toda existencia. Aquí, no hay obsesión ni rechazo, porque se comprende que lo esencial no es el alimento en sí, sino la consciencia con la que se lo recibe. El pan, la fruta o incluso una comida humilde se experimentan como vehículo de lo divino.
La espiritualidad aplicada a la alimentación no dicta qué comer y qué no comer. Más bien, nos invita a reconocer desde dónde comemos. Cuando la motivación es el miedo, el deseo o la vanidad, la alimentación se torna desordenada. Cuando surge de la gratitud, la compasión y la aceptación, cada comida se convierte en un acto de sanación y de expansión de la consciencia.
En última instancia, el camino espiritual nos lleva a descubrir que no somos el cuerpo ni la mente, y mucho menos lo que consumimos. Sin embargo, mientras habitamos este vehículo temporal, podemos honrarlo con elección consciente, sin rigidez y sin orgullo, sino como una expresión natural del amor que somos.
Con Amor
Alejandro Cuervo